43 - Los mellizos Milito
Ellos son los Carpi. Los hermanos Carpi o los mellizos Carpi. Lo aclaro porque todos les dicen los Milito pero no, no se llaman Milito, se llaman Carpi: C, a, r, p, i, Carpi. Le pido disculpas por si parezco enojado pero no estoy enojado, qué voy a estar. A esta altura, lo de la camiseta es historia, ya no me molesta, pero sí me gustaría que no se olvidaran del apellido. Usted me entiende, yo soy el padre. Además es lo único que me queda. Está bien que nunca les hinché con que fueran fanas del cuervo —y ahí tal vez estuvo mi error— fui bueno, los dejé elegir y eligieron otra cosa. No sé qué me habrá pasado por la cabeza en ese entonces, quizás fui un iluso que soñaba que al darles la libertad ellos elegirían defender los colores de uno, pero no, el corazón los llevó para otro lado. Así son las cosas con los chicos: uno sueña, piensa, proyecta pero nunca sabe cuándo se le cruza el destino y le arruina los planes. Si ese domingo me los hubiera llevado a patear la pelota a la plaza, hoy, Diego y Gabriel serían tan cuervos como yo… Me refiero a mis Diego y Gabriel, a los Carpi… Usted me entiende…Una casualidad lo de los nombres, una terrible casualidad. Yo sé que ahora a la distancia todo parece tener una razón, un motivo pero no en ese momento. Nadie lo hubiera sospechado. Si fui yo el que les dije cuando salieron los Milito a la cancha: Miren, se llaman como ustedes dos y son hermanos: Diego y Gabriel. Pero juega uno en cada equipo. Sí, ya sé, los serví en bandeja. Es que a mí el fútbol me gusta y veo todo lo que puedo, por eso nos quedamos ese domingo y no fuimos a la plaza, porque era un clásico y prometía. 1 a 1 terminó, pero lo único que nos sostuvo frente al televisor los noventa minutos fue la pelea entre los hermanos, los Milito de verdad. De arranque nomás cuando el mayor, el de Racing, salió disparado y le pidió al réferi que lo rajara al hermano por una infracción al Chaco Torres. ¿Viste? — saltó mi Gabriel—. Vigilante como vos, Diego. ¡Para qué! Enseguida se encendió la mecha en casa y mi Diego le daba la razón al de Racing y mi Gabriel al de Independiente y cuanto más se peleaban los otros dos en la cancha, más se peleaban los míos en casa. Yo al principio me reía: Dejalos, le decía a mi mujer hasta que mi Gabi, nuestro Gabi, le gritó el empate al hermano en la cara; ahí me di cuenta de que la cosa iba en serio, demasiado en serio y que ya nada iba a ser como antes.
A la semana, Dieguito fue con sus ahorros —lo acompañó la madre— y se compró la camiseta de la Academia. ¿Vos no eras de San Lorenzo como papá? Ya no, dice mi señora que le respondió Diego y salió del negocio con la camiseta de Racing puesta. No se la sacó por tres días. Imagínese al hermano, la bronca que tenía cuando lo vio llegar, no sabía qué hacer para conseguirse una camiseta del Rojo. Ellos, tan hermanos, tan iguales en todo y tan compinches siempre, ahora se venían a pelear por el fútbol. Y no era por los equipos ni los colores, era por los jugadores, porque a ellos les gustaban los Milito, cada uno el suyo, el enamoramiento con los equipos vino después, mucho después. Pero bueno, como le decía: esa noche, vino Gabi a mi pieza, yo dormía, no sé que hora era. Abro los ojos y me lo encuentro ahí. Papá —me dijo—, quiero trabajar con vos. ¿Trabajar? Yo no entendía nada, dormido estaba. Ocho años tenés, no podés trabajar. Sí que puedo. Si empiezo mañana, ¿cuándo me pagás? Ahí me di cuenta que este solo pensaba en juntar plata para la camiseta. Por supuesto, lo mandé a dormir. Mañana hablamos, le dije pero yo no quería saber nada, ayudarlo era fomentar la rivalidad entre los hermanos. O al menos eso me parecía. No es fácil ser padre… La que aflojó fue mi esposa, ella le dio la plata que le faltaba, lo acompañó hasta el mismo negocio y Gabi volvió a casa luciendo la camiseta de Independiente. Diego, que sabía adónde habían ido, los esperó sentadito en el living con la camiseta de Racing. En cuanto entraron, mi señora los agarró a los dos y les advirtió: Si ustedes se pelean, les quemo las camisetas. Dice que los dos se miraron serios y que ella tuvo que hacer fuerza para no tentarse porque parecían unos muñequitos con las camisetas relucientes. ¿Estamos? —preguntó mi señora para poner un fin y los dos dijeron que sí con la cabeza—. Listo, ahora vayan a jugar y no se olviden de que son hermanos.
La verdad, mi esposa estuvo muy bien y Diego y Gabi cumplieron la promesa. Por supuesto que hubo más de un momento de tensión, como para no haberlo con un hincha del Rojo y otro de la Academia viviendo bajo el mismo techo. ¿Usted sabe lo que fueron estos años desde el 2003 para acá, que uno peleaba el descenso y el otro ganaba la Copa Sudamericana? Por suerte, nunca se olvidaron de que eran hermanos. Esas son las hazañas que solo puede conseguir una madre. También tuvimos momentos de hermandad cuando los dos Milito de verdad jugaron juntos en el Zaragoza, o de nueva rivalidad como cuando se enfrentaron por la semifinal de Champions, uno en el Inter y el otro en el Barcelona.
A esa altura, hacía rato que en el colegio y en el barrio todos los conocían a mis chicos como los mellizos Milito, uno siempre con la camiseta del Rojo y el otro con la de la Acadé. Tanto es así que hay muchos que creen que mis chicos son primos, sobrinos o hasta hermanos de los Milito de verdad, que no saben que se llaman Carpi… Sí, ya sé que se lo dije. Disculpe que insista con lo mismo.
Nosotros somos una familia. Y yo estoy seguro de que Diego sufrió cuando Gabi y el Rojo se fueron a la “B”. Él no lo va a reconocer pero la madre y yo sentimos que Dieguito estuvo triste, por el hermano. Los mellizos son especiales, sabe, tienen una conexión, algo que a los demás nos cuesta entender. Por eso, siempre digo que acá, en esta casa, hicimos fuerza todos para que Independiente volviera a primera, porque fue mi mujer la que de nuevo sacó una promesa de la galera: Si Independiente juega por el ascenso, vos vas a la cancha con tu hermano y hacés fuerza con él, le impuso a Diego. Ah, sí, ¿y él qué va a hacer a cambio? El día que Racing pelee un campeonato —le respondió mi mujer—, Gabi va a ir el último partido con vos a alentar. Claro que Gabi se rió y dijo: El día que Racing… Dale, si total estos muertos nunca pelean nada, y Diego le contestó con alguna cargada hasta que mi señora les ordenó que se callaran y les preguntó: ¿Estamos? Y los dos asintieron con un movimiento de cabeza.
Fue hermoso imaginar que se abrazaron en la cancha de Independiente el día que el Rojo venció a Huracán y volvió a primera. Yo no estuve ahí pero quiero pensar que eso fue lo que pasó. Por eso no voy a la cancha, hay cosas que prefiero imaginar. Mejor me quedó acá y veo los partidos tranquilo, por televisión, la distancia que da la pantalla ayuda a no emocionarse tanto, aunque a veces cuesta, como anoche cuando la cámara enfocó al otro Milito, en el medio de la cancha, con los brazos abiertos y mirando el cielo. Y eso que no soy de Racing y soy del cuervo… Sí ya sé que se lo dije, pero mire cómo me pongo… Y eso que no me quiero emocionar… Durante todo el partido los busqué a mis hijos, no me cansé de buscarlos en las tribunas cuando las cámaras paneaban por el público, pero había tanta gente… Hubiera sido un milagro que los enfocaran en esa multitud. Créame si le digo que no sé si mi Diego y mi Gabi se abrazaron, tal vez sí o tal vez pareció y en realidad, Diego le agarraba las manos para que el otro no cruzara los dedos o no le metiera unos cuernitos ni ninguna de sus cábalas. Pero qué quiere que le diga, yo me los imagino, los veo a los mellizos Carpi fundidos en un abrazo, un abrazo interminable, festejando algo grande, más grande todavía que Racing campeón.
Pablo Pedroso
Buenos Aires, 15 de diciembre del 2014
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