Cuando sonó el teléfono, el Bichi jamás se imaginó que era Sampietro quien lo sacaba de la cama. Se había acostado pasadas las diez de la noche con la idea de dormirse mientras miraba el segundo tiempo del partido de fútbol que daban en la tele. No quería desvelarse. Al otro día, como todos los sábados, tenía que levantarse a las 7 de la mañana para ir a trabajar.
- ¿Qué pasó Sampietro?
- Espero no importunarte Bichi pero se lesionó Coquito.
- ¿Y entonces?
- Y entonces me parece que lo más justo es que vos y Peralta compartan el puesto, un tiempo él y un tiempo vos. Ya te lo dije la otra noche, para mí los dos están en un nivel parejo, por eso quiero que la oportunidad la aprovechen al mango. ¿Te va?
- ¿Me lo dice en serio? Más vale que me va – contestó el Bichi entusiasmado.
- Mirá que el partido lo adelantaron para mañana a la mañana.
- ¿Mañana? ¿A qué hora se juntan?
- A las 9 en punto. No me vayas a fallar. Ellos llegan 9 y media y nosotros tenemos que tener todo listo para recibirlos como corresponde.
- Ahí estaré. ¡En punto! Y gracias por llamarme. Le mando un abrazo Sampietro.
Cuando el Bichi cortó la comunicación era otra persona. Se lo veía radiante, con un brillo intenso en los ojos. Estaba muy excitado y necesitaba compartir la noticia con alguien pero en su casa, justo esa noche, no había nadie. Eran casi las once. Gloria, su esposa, estaba en una cena en el colegio donde trabaja y los chicos, que ya no son chicos, los viernes sólo pasan por la casa a bañarse y cambiarse para salir a divertirse.
Se le ocurrió la obvia:
- ¿Vieja? ¿Qué hacés? – gritó el Bichi con el entusiasmo que arrastraba por la noticia.
- Duermo Jorgito. ¿Qué pasó? – preguntó su madre entre dormida y preocupada.
- Nada vieja, es que me llamaron del club y mañana tengo partido, a la mañana temprano. ¡Jugamos contra los veteranos de Boca!
- Y el negocio ¿Quién lo atiende? – preguntó su madre ya bastante despierta.
El Bichi recién en ese momento cayó en la realidad de sus obligaciones.
- Por eso te llamo, viejita. ¿Me cubrís? – y al ver que se demoraba la respuesta del otro lado de la línea, continuó. – Imaginate que no puedo faltar. Me acaba de llamar Sampietro para que le dé una mano. ¿Me escuchaste que son los veteranos de Boca?
- ¿Vas a jugar contra unos viejos chotos?
- No, mamá ¿qué decís?… Voy a jugar contra unos cuantos ídolos de Boca. Jugadorazos de verdad. Van a estar el Muñeco Madurga, Perotti, Mouzo y muchos más. Dale, cubrime y el domingo nos juntamos en casa que las pastas las preparo yo.
Y así quedó arreglado.
El Bichi abrió el placard y empezó a preparar su bolsito para el día siguiente. Acomodó un jogging gris en el fondo y por sobre este fue colocando cada una de sus prendas con mayor cuidado que otras veces: el pantalón blanco, su buzo de arquero y una remera. Dos, mejor, por si hace falta. A un costado puso el par de medias y notó que estaban más descoloridas de lo que hubiera deseado pero se resignó, eran las únicas medias limpias que le quedaban. En el lado opuesto ubicó los guantes que le regalaron sus hijos en alguna Navidad. Volvió a sacarlos, los miró de ambos lados, los besó y los guardó como si fueran de un cristal delgado y temiera que algo pudiera quebrarlos en mil pedazos. Por último, como nadie lo veía, refregó los botines contra la colcha de su cama para quitarles el poco polvo que podrían tener y los acomodó por encima de toda la ropa, con los tapones para arriba.
Ni bien pudo se acostó nuevamente. Intentó quedarse despierto para contarle a su esposa la buena noticia pero su esfuerzo no alcanzó, apenas pasaron cinco minutos ya estaba dormido. Cuando Gloria llegó, sintió pena de despertarlo, lo vio tan plácido y con una sonrisa coronando su rostro que hizo lo imposible por no incomodarlo.
El Bichi, como era de suponer, soñó con el partido que jugaría a la mañana siguiente. Se veía en un estadio que, si bien no reconocía, evidentemente era un lugar importante, el marco ideal para un partido trascendental. Las formaciones de los dos equipos estaban impecables y enfrentaban un palco con quién sabe qué personalidades. Una banda de uniformes coloridos e instrumentos excesivamente dorados se alejaba luego de interpretar el Himno Nacional y ponerle la piel de gallina a cada uno de los presentes. El público aplaudía todo lo que sucedía. El Bichi era el tercero comenzando de la izquierda, su indumentaria estaba reluciente. Lo único extraño para ser un jugador de fútbol era que mantenía puestos sus anteojos de siempre pero bueno, era un sueño al fin y al cabo. Los capitanes de ambos equipos intercambiaron banderines. A un costado Sampietro se abrazaba con el Toto Lorenzo, Distéfano y Carlitos Bianchi que se repartían la responsabilidad técnica de Boca. Llegó el momento en que los jugadores de su equipo pasaron a saludar a la terna arbitral, primero y luego a los veteranos de Boca en un gesto de cordialidad digna de tan importante encuentro. Ansioso mientras esperaba su turno, el Bichi miraba a sus compañeros que encabezaban la fila y se saludaban con tipos como Trobbiani, Perotti, Mouzo, Madurga, el Cacho Córdoba, Krasouski, la Pantera Rodríguez... Se preparó para estrecharles la mano con firmeza demostrando así la importancia de semejante acto. Estaba a punto de llegar, a pocos pasos de pararse frente a frente con cada uno de ellos. ¡Tan cerca estaba…! Pero primero se topó con el réferi. Su rostro no le resultó ni familiar ni amigable, por el contrario, le pareció demasiado serio para tanta fiesta, ausente quizás. Tenía los ojos perdidos y la piel de un color casi gris. El Bichi extendió su mano y el réferi la estrechó con una fuerza tal que se escuchó el sonido de los huesos de la mano del Bichi que crujían, que se despedazaban ante semejante apretón. El Bichi cayó de rodillas como rendido a los pies del réferi. El grito de dolor del Bichi fue tapado por la carcajada frenética del árbitro que reía y no le soltaba la mano.
De un salto el Bichi se despertó. Agitado, un poco ahogado y muy asustado. Revisó su mano, movió todos los dedos comprobando que sólo fue un mal sueño. Dio vueltas para un lado y para el otro tratando de alejarse de tan horrible pesadilla. Abrazó a Gloria que dormía y le dio un besito en la pequeña porción del hombro que asomaba por fuera de la sábana.
Esa mañana se levantó temprano como casi todos los días. El resto de la familia dormía. Decidió pegarse un baño a pesar de que siempre le pareció ridículo que alguien se bañara antes de un partido de fútbol. Esta vez no le importó, esta vez todo era distinto. Tomó de un solo sorbo una tacita con café, le dio un beso a su mujer que apenas abrió un ojo y salió directo hacia el club.
Llegó con tiempo de sobra aunque no fue el primero de su equipo, ya estaban Coco (el hermano de Coquito), el Gallego Ruiz y Peralta, terminando de cambiarse. Al poco rato llegó el resto. Se los veía contentos, se sonreían pero quién sabe por qué en el vestuario dominaba el silencio. Apareció Sampietro más arreglado que de costumbre, dio un par de indicaciones y se juntó con el Bichi y Peralta.
- Bueno, muchachos – comenzó diciendo – tiramos la moneda y el que gana ataja el primer tiempo, el que no, ataja el segundo. ¿De acuerdo?
Sin esperar una respuesta Sampietro arrojó la moneda al aire.
- Cara – se adelantó a eligir el Bichi. Como cada vez que participó en un sorteo de lo que fuera, desde pibe, él siempre elegía cara.
Pero esta vez salió ceca.
“No importa -pensó el Bichi-, en los finales de los partidos está la emoción, los abrazos y los festejos, y voy a ser yo quien esté en la cancha en ese momento”.
- ¡Ahí llegaron! – avisó con un largo grito el hijo del Gallego Ruiz que oficiaba de campana.
Los veteranos de Boca fueron bajando del micro que los trajo. Ya estaban cambiados y listos para empezar el partido. Mouzo encabezaba el grupo. Los curiosos del club se arrimaban como queriendo cerciorarse si eran de verdad. Y efectivamente lo eran.
El Bichi tenía una gran emoción. No es hincha de Boca, para nada, pero a él le encanta el fútbol. Desde chico, desde siempre, yendo a la cancha con su viejo, con sus tíos o sus primos. Muchos domingos de su vida, a disfrutar o a sufrir pero siempre viviendo el fútbol. ¡Y ahora, a los cuarenta y cinco años enfrentar a esos ídolos que son parte de la historia del fútbol argentino, compartir un momento con jugadores que fueron aplaudidos y ovacionados en tantas canchas, tipos que él mismo vio jugar desde atrás de un alambrado! No cualquiera tiene esa posibilidad. ¡Y de arquero! ¡Nada más y nada menos que de arquero! Se imaginó ganándole un mano a mano a Perotti, tapándole un cabezazo a Roberto Mouzo o volando para sacar al córner un tiro de larga distancia del uruguayo Krasouski. El momento que estaba viviendo el Bichi era único.
Pensando en todo esto se le pasó volando el primer tiempo del partido. El score estaba uno a uno y los veteranos le llegaban a Peralta por todos lados buscando meter el segundo. Cuando el réferi pitó marcando el final de la primera etapa, la pelota que rechazó el Gallego Ruiz caía en la zona del banco de suplentes. El Bichi la tomó y se acercó hasta el medio de la cancha para entregársela al árbitro del encuentro. El Bichi lo miró y recién en ese momento se dio cuenta de que el tipo se parecía bastante al réferi de su sueño. Tenía la piel gris como el otro y la misma mirada perdida, ausente. En el momento en que el árbitro giró y recibió la pelota de manos del Bichi, sus ojos se abrieron, dilatados, sus pupilas se pusieron inmensamente negras, profundas y se clavaron en los ojos del Bichi. El Bichi le mantuvo la mirada, lo miró sin pestañear. El réferi, pobre tipo, apenas agarró la pelota cayó redondo como si el Bichi lo hubiera noqueado con la mirada.
¡Qué quilombo!
Ambulancia, médicos, de todo pero nada. El tipo se murió, se quedó seco en medio de la cancha. Suspendieron el partido, los de Boca se subieron a su micro y se fueron. No hubo saludos, abrazos ni despedidas. Y el Bichi no pudo jugar. Ni un minuto siquiera.
Pasaron quince días hasta que se volvieron a juntar para jugar un partido del campeonato interclubes. De arranque hicieron un minuto de silencio en honor del réferi que falleció en el partido contra los veteranos de Boca y los dos equipos jugaron con un brazalete negro. Atajaba Coquito y el Bichi calentaba el banco pensando quién sabe qué cosas y casi sin mirar el juego. Pitazo del réferi: final del primer tiempo. El Laucha pica la pelota para que el Bichi la embolse.
- Dale Bichi –le dice el Laucha.
- ¿Qué cosa?
- Llevale la pelota al réferi.
- No jodás – dijo el Bichi.
- Pero dale Bichi, andá vos que ya fulminaste a uno.
- Dejate de joder Laucha…
- ¿Qué decís? ¿No viste cómo nos está bombeando?
Pablo Pedroso
Buenos Aires, 13 de mayo del 2004
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