09 febrero 2016

36 - Abrazo de gol

El Duro me ataja en el aire y caemos los dos abrazados. Su cara radiante y la mía eufórica. No paro de gritar gol hasta que sus ojos me ponen en mute. Lo tengo a centímetros. Mi garganta se apaga y el aire desaparece. Me olvido del gol que hice y de dedicárselo a mi novia que seguro está mirando por la tele; que ojalá esté viendo otra cosa y ojalá también no nos enfoquen y que se corte la transmisión. Ahora sí siento el peso del cuerpo ancho del Duro. Por fin llegan los demás, se arrojan encima de nosotros, se me mezcla un poco todo y cuando no reconozco quién es quién, vuelvo a respirar.
Hago fuerza y logro clavar la mirada en Velatti que se acerca y nos marca el centro de la cancha. En cuanto salen los dos primeros de la montonera siento que puedo moverme. Me zafo del resto. Mis ojos siguen en Velatti pero mi cabeza no. Llego al área y la mano enguantada del Polilla me revuelve la melena que me raparon. Cuando está por preguntarse por qué no sonrío, sonrío. Y le sonrío al resto que es lo que esperan, y no quiero que nadie sospeche nada. No hay manera de que mis ojos no se crucen con los del Duro.
—Vamos —me dice—, seguí así, Sebita.
Y yo bajo la mirada, deshago la sonrisa y me muevo en el lugar como si necesitara entrar en calor a pesar de sentirme rojo infierno de la vergüenza.
Los de Godoy salen a buscar el empate. Se nos vienen con todo y ante la primera macana, el Polilla me levanta en peso. Del banco también me dicen algo pero no los quiero mirar, ni que me miren. No falta tanto para que termine el partido. Aguantar, aguantar y a las duchas. Eso, ruego que el agua esté fría, bien fría, congelada, para que me sacuda y me despierte y se me vaya todo esto.
No puedo volver a concentrarme ni lograr que mis ojos no lo miren.
¡Es el capitán, carajo! ¡Más respeto!
Él también me mira y me sonríe.
Corto un centro y la revoleo. Gano la posición y la revoleo. Si me dicen algo no los escucho.
¡Váyanse a jugar allá, bien arriba!
Velatti marca el final. Salgo corriendo rumbo al vestuario, no vaya a ser cosa que me agarren para una nota o de una radio: Qué debut, ¿no? El gol del triunfo. ¿Qué significa este gol para vos? ¿Cuánta pasión en el festejo, che? ¿Se lo dedicás a alguien en especial? Orgullo, ¿no?, que un emblema del equipo como el Duro, te haya abrazado de la forma en que lo hizo. ¿Hubo algo? ¿Qué va decir tu novia ahora?.
¡Silenzio stampa!
Abro la ducha y las gotitas son miles pero son gotitas. Entonces le saco la flor y el chorro viene grueso y frío, pero nada cambia. Llegan los demás, me miran. Nadie entiende. Último entra el Duro. Abandono el chorro y me empiezo a secar y a vestir. Muchos saltan y festejan, desnudos, como lo hacen siempre. Miro el celular, hay mensajes de mamá, del viejo y de Jenni, mi novia. No quiero saber qué dicen, qué vieron.
Me apuro.
Los muchachos siguen de festejo, como si nada.
Pienso en Maradona y el Cani. Y sé que nadie dijo nada. Pero ellos son ellos y yo no soy ni el Diego, ni el Pájaro. Apenas hoy metí un gol…
Los muchachos no entienden y festejan igual, y el Duro me dice:
—Vení —mientras salta desnudo.
Y yo agarro mis cosas y quiero salir.
—Dale —me dice—, vení, a festejar, marica…
Y salgo y cierro la puerta, con el grito atragantado y la mano convertida en puño que no encuentro dónde descargar.

Pablo Pedroso
Buenos Aires, 5 de diciembre 2013.

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