6. Huguito, mi amigo
Huguito fue siempre mi mejor amigo. Hicimos toda la primaria y la secundaria juntos. ¡Amigos desde el primer día! Nos cagábamos de la risa. Huguito vivía a seis cuadras de casa y lo único que no hacíamos juntos era ir a la cancha. Nunca entendí bien por qué pero él con el fútbol no se enganchaba. En todo lo demás era un fenómeno. Y siempre anduvo con buenas minas. Porque era entrador, simpático y con un toque de pinta de reo. Eso, a las minas, las mataba.Apenas terminamos quinto año Huguito se piró a Miami, a laburar con un tío que vivía allá desde hacía una pila de años. Huguito siempre la tuvo clara. Imaginate: laburo asegurado, primer mundo, dólares, ¿qué más podés pedir? Hace poco vino por unos días a Buenos Aires y se trajo su novia yanqui para que la conozcan sus viejos. Irene se escribe el nombre de la mina, como acá, pero allá se dice “Airín”. No sé por qué pero a mí me causaba gracia el nombre “Airín”, me sonaba chistoso y cada vez que alguien la nombraba yo me tentaba. “Airín” era una pelirroja bien yanqui, pecosa pero de esas pelirrojas lindas. Porque viste que en el caso de las pelirrojas hay dos tipos bien diferenciados: las que son unos bagres sin remedio y las que son unos yeguones de aquellos. No hay término medio. Bueno, Airín era de estas últimas, un yeguón infernal.
Huguito y Airín llegaron a Buenos Aires el domingo que Banfield nos ganó 3 a 1 en la cancha de Vélez. ¡No sabés cómo estaba yo esa noche! Había ido a la cancha con el Tano Iezzi, los dos preparados para la gran fiesta, para dar la vuelta olímpica y nos tuvimos que volver con los trapos sin estrenar. El Tano para levantarme el ánimo, me decía: “¡No te amargués, vas a ver qué lindo! ¡Ahora le ganamos a los bosteros y les damos la vuelta olímpica en la jeta!”. Yo tenía un cagazo de madre y señor mío.
Fue así que cuando llegué a casa, mi vieja me avisa que había llamado Huguito y que estaba en la Argentina. ¡La alegría que me agarró! Hacía como cinco años que no nos veíamos. Ni me cambié, como estaba, con la camiseta del Rojo, me rajé para la casa de los viejos de Huguito. Nos abrazamos con él, con los viejos y me presentó a Airín. Nos quedamos meta charla hasta las cuatro de la mañana. Hablamos un vagonazo. Él me contó lo bien que le iban las cosas allá y yo lo mal que estaba todo por acá. Me dijo que hacía como ocho meses que vivían juntos con Airín y yo le hablaba del Rojo de Avellaneda y de nuestras grandes chances de salir campeones. A Huguito lo del Rojo le importaba una mierda pero la que parecía entusiasmada era Airín. Ella hablaba un poco de español, mezclaba algunas cosas y sonaba raro pero se defendía. Me empezó a preguntar de fútbol, de las hinchadas, de las camisetas, de todo. Y por supuesto, de Maradona. Le conté que el domingo se venía un partido clave, definitorio: Independiente – Boca en la cancha del Rojo y que si ganábamos, salíamos campeones. Airín se entusiasmó de una manera que no se podía creer. Empezó a decir que ella era del Rojo y que el domingo tenía que ir a la cancha. Se agarraba el pelo mientras lo miraba a Huguito y le decía:
- ¡Mira, mira! ¡Es rojo como Independiente, como mi sangre!
Huguito la miraba y le sonreía sin tomarla muy en serio.
- Yo el domingo voy a la cancha – insistía.
- Dale, vamos. Te llevo – dije yo entre risas. Y ahí la cagué. Sin darme cuenta la cagué. Quedé abrochado. El domingo estaba llevando a Airín a la cancha del Rojo a ver el partido contra Boca. ¡En la popular! Los dos solos porque Huguito no quiso venir ni a palos. Mirá que le rogué y le rogué pero nada.
La cancha estaba hasta las pelotas y Airín, fascinada. ¡Si hasta se había comprado la camiseta de Independiente! Te imaginás que tuvimos que ir temprano. ¡Hacía un calor…! Pero a esta mina no le importaba nada. ¡Tenía una alegría de estar ahí! Me preguntaba todo. Le expliqué que faltaban sólo dos partidos para que termine el campeonato, que en las últimas fechas no estuvimos jugando bien y que Boca venía ganando todo, que los ocho puntos de diferencia que teníamos sobre Boca se transformaron mágicamente en sólo tres puntos, que teníamos unos cuantos lesionados, que el calor…
- ¿Vos tienes miedo? – me dice con su acento raro – No más miedo. Vas a ser campeones hoy.
Tenía razón. Yo estaba abriendo el paraguas antes de tiempo.
Era muy divertido verla cómo aprendía los cantitos de la hinchada sin saber qué carajo querían decir. Al rato ella inventaba cantitos mezclando inglés y castellano. Un personaje la mina esta. Los chabones que estaban cerca no paraban de mirarla porque te juro que era un minón y la camiseta le quedaba como los dioses. ¡Cuando salieron las diablitas! Vos viste lo que son. Airín se hace un nudo con la camiseta, se pone bien sexy y me dice al oído:
- Yo ser una perfecta diablita.
Tenía razón era perfecta pero yo trataba de pensar en el partido, en Huguito, en cualquier otra cosa. Las diablitas se movían y Airín se movía igual. En eso llamó a un heladero que mientras le vendía un palito no sabía dónde frenar los ojos. Vos veías cómo los ojitos del tipo iban de las tetas de Airín a los ojos, de los ojos a la boca y de la boca a las tetas otra vez. Creo que terminó mareado el loco. A ella le importaba tres carajos, ni cuenta se daba.
Por fin empezó el partido. Al principio, en cada jugada de riesgo, ya sea nuestra o de los bosteros, Airín me agarraba del brazo. Después directamente me abrazaba y me clavaba las tetas en la espalda o en el hombro al tiempo que daba pequeños grititos. Te juro que me desconcentraba. Para colmo el partido estaba complicado, recontra complicado. Y ni te cuento cuando en el minuto 38 del primer tiempo, el mellizo Guillermo nos mete un gol. La hinchada se quedó muda y la única que gritaba era Airín:
- ¡Los Bocas son putos! – gritaba.
El segundo tiempo fue para sufrir. Los de Boca se perdieron no sé cuantos goles, nosotros parecíamos casi sin piernas. Todos lanzados al ataque como desesperados y descuidando el fondo. Airín se la pasó todo el tiempo abrazada a mí. Hubo un par de jugadas del Chelo Delgado que no fueron gol de milagro. En esas jugadas ¿sabés lo que hizo? Me agarraba la mano y me la mordía de los nervios, cuando la jugada pasaba me daba besitos en los lugares que me había mordido. Estaba loca, loca de atar. Y a mí se me paraban hasta los pelitos de la nuca.
Los de Boca cantaban cuando llegó el minuto 41 y en eso asoma Pusineri, salvador, para clavar un cabezazo a la derecha de Abbondanzieri. Gol del Rojo. Pegué un salto para gritarlo cuando Airín eufórica me agarra y me mete un chupón que casi me atraganto. A mí se me mezcló todo. No entendía nada y esta mina no me largaba. Terminamos tirados sobre los escalones de la popular, la tenía encima, completamente montada chuponeándome a más no poder. Por mi cabeza pasaron imágenes de Huguito, mi amigo del alma, mezcladas con el Tolo Gallego, Bochini y yo qué sé cuantos más. De repente se paró y empezó a saltar como el resto de la hinchada. Giró hacia mí y me ofrecía la mano para que me sumara a la hinchada. Yo, desde el suelo, la miraba como si sus movimientos fueran en cámara lenta. Ese pelo rojo, hermoso se movía de una manera espectacular. Y sus tetas… ¡Mi Dios! Eran perfectas, dibujadas, soñadas. Se movían y danzaban por debajo de la camiseta del Rojo con una cadencia sublime. Ahí me di cuenta de que no hay nada más lindo que una hermosa mujer saltando y alentando con la camiseta de tu equipo. Porque si ese día todos se hubiesen matado por tener la camiseta de Pusineri, yo hubiera preferido cien veces la camiseta de Airín.
El regreso fue de terror. Ella quería festejar, festejar conmigo. Y si entendiste lo excitada que estaba, te darás cuenta de cómo pensaba festejar. Yo trataba de no mirarla y de pensar todo el tiempo en mi amigo, mi mejor amigo. La dejé en la casa de los viejos de Huguito. Apenas se bajó del auto me fui rajando sin ver a nadie porque no sabía qué carajo hacer o decir. A la noche, tarde, llamé a Huguito por teléfono y lo cité en un bar, le pedí que vaya solo, que necesitaba hablar con él. Le conté todo. Él es mi mejor amigo y decidí ir de frente, con toda la verdad. Huguito se enojó. Casi me pega. A punto estuvo.
Aquel día perdí a mi mejor amigo. Aquel día perdí la posibilidad de voltearme a ese bombonazo.
Todo mal.
O casi, al menos el Rojo empató.
Pablo Pedroso
Buenos Aires, 11 de diciembre del 2002
10 comentarios:
En mi barrio decimos. Cuando la cagas, no lo hagas a medias, hazlo completo. Gran cuento y mejor mina.
11 de julio de 2006, 7:54 a.m.El Huguito no apreció tu gesto de buen tipo, el muy cabrón. Debiste de haber llamado a la mina al dia siguiente, o que sé yo, tocarle a la puerta, llevarla al hotel y bang bang.
27 de julio de 2006, 1:45 p.m.Yo me la corto en 5 pedazos, pero antes me hubiera empomado a la colorada sin dudarlo
31 de julio de 2006, 8:57 p.m.Era una mezcla entre Nicole Kidman y Pampita (la del Loco Chávez). Impresionante.
31 de julio de 2006, 11:06 p.m....si era tu amigo, la verdad no se como pudo pelearse con vos despues de que no le cagaste la mina.
29 de diciembre de 2006, 5:59 p.m....si era tu amigo, le cagabas la mina, muzzarella y todo ok.. lo que te perdiste salame!!!!
...si era tu amigo... pobre lo gorreado que debe ser..jajajaj
buena la historia
...belllleeessssaa nene!!!! pero sse te esscapo la tortuga!!
29 de diciembre de 2006, 6:00 p.m....y viste....las mujeres no tienen dueño....y claro, al otro no le gusta el futbol...viene a argentina y lo que quiere es bañarse en chorros de testosterona argentta, de ahí la excitación...además las yankees...en fin...saludos!
15 de julio de 2007, 2:35 p.m.Gracias Don Grillo!!!
16 de julio de 2007, 12:12 a.m.bo, son posta estas historias? o sea, esta la viviste?
10 de diciembre de 2008, 12:04 a.m.(en realidad nunca lo consideré así hasta que vi los comentarios, jeje)
tremendos los cuentos. Éste: excelente.
abrazo
Hola Sportivo!
10 de diciembre de 2008, 12:18 a.m.Lamentablemente no son posta las historias, es más si esta historia justamente la hubiera vivido, el final tal vez hubiera sido otro!!!!
Gracias por pasar y por dejar un comentario.
Un saludo!!!!
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