20 marzo 2010

26. Santo remedio

Frenó frente a la puerta de El Chingolo 327. La dirección parecía ser la correcta. Se la pasó su representante, Bermúdez. Justamente él le insistió en que fuera, que le iba a hacer bien, le dijo.
El Gordo no se decidía. La casa era fea, la cuadra, horrible. Y para colmo estaba oscuro. Puso primera, alerta, listo para salir rajando. Desde que bajó de la autopista no hizo otra cosa que insultar el momento en que aceptó la cita. Perdido, dio unas cuantas vueltas para poder llegar, y hasta tuvo un motivo más para sufrir: las últimas cinco cuadras fueron de tierra (de barro, bah), a él que le encanta tener el “BM” siempre impecable.
El motor seguía en marcha, el pie en el embrague y la mano aferrada a la palanca de cambios. El cerco de la casa se perdía entre una planta pinchuda y sin forma, mal cortada, mal crecida y casi seca. Desde un pequeño pilar de cemento asomaba una figura, un especie de escultura tenebrosa como una gárgola de un castillo de película de terror. Era toda de piedra gris y tenía una rajadura que le atravesaba media cara. El Gordo sentía que la figura lo miraba.
Decidió dar la vuelta a la esquina y estacionar un poco más lejos. Llegó con pasos largos hasta la pequeña reja de “El Chingolo 327”. Era una puerta baja y oxidada, no encontró timbre alguno, golpeó las manos pero nadie respondió. Cruzó el cerco y caminó por lo que alguna vez fue un jardín y ahora parecía un baldío. Se concentró en la luz naranja, encendida, que lo esperaba unos metros más adelante, en la casa, justo encima de la entrada principal. El Gordo trataba de no mirar a los costados para no encontrarse con nada demasiado desagradable. Estaba por golpear con sus nudillos contra la puerta de madera cuando alguien la abrió. El Gordo retrocedió unos pasos aunque intentó disimular lo asustado que estaba.
- Pase, no se quede ahí -le dijo la mujer con una sonrisa de pocos dientes.
El Gordo la miraba y no sabía si salir corriendo o gritar.
- Me manda Bermúdez -susurró la boca del Gordo.
- Ya lo sé -le dijo la mujer-. Pase de una vez -le ordenó y el Gordo le hizo caso.
Una vez adentro algo o alguien cerró la puerta. La mujer se aferró de las muñecas del Gordo y descendió hasta quedar de rodillas delante de él. Pasó sus manos sobre los brazos y las piernas del Gordo, de arriba hacia abajo, con fuerza, una vez, dos, tres... ¡Cinco veces o más! El Gordo parecía quieto pero por dentro temblaba. La mujer se detuvo y lo miró.
- ¿Nunca viste a Olmedo, vos?
- ¿A quién? -consiguió preguntar.
- A Olmedo, cuando hacía del “Manosanta”... En la televisión... ¿No mirabas televisión cuando eras chico?
- Ah... Si, claro que lo veía...
- Y entonces, ¿por qué tenés tanto miedo? Te estoy limpiando la mala onda.
La mujer se aferró de la mano derecha del Gordo y con algo de esfuerzo se puso de pie. De entre sus ropas sacó una cadena larga con una piedra de color azul en un extremo, la extendió delante del rostro del Gordo. La piedra azul quedó a la altura de sus ojos y osciló unos centímetros apenas. Luego de mover movió los labios como si hablara la mujer guardó la cadena y condujo al Gordo hasta una mesa, le indicó que se siente en una silla de madera y mimbre. Ella se sentó frente a él en una silla más mullida y empezó a mezclar unas cartas gastadas.
- Me dijo Bermúdez que usted lo ayudó con Mazzochi y que ahora él hace goles todos los partidos.
La mujer siguió mezclando las cartas sin siquiera mirarlo.
- Mazzochi -insistió el Gordo-. El de Vélez...
- Yo sé todo, pibe -lo interrumpió la mujer-. Sé quién es Mazzochi y sé que vos hace rato que no mojás.
- Yo atajo, señora.
La mujer dejó de mezclar las cartas, le clavó los ojos y le dijo:
- No te hagás el gil que yo me refería a otra cosa. Y eso de que atajás, se podría decir que últimamente, poco y nada -sentenció.
El Gordo bajó la mirada y parecía que estaba a punto de pucherear. La mujer se paró y arrastrando un poco los pies llegó hasta una estantería repleta de frascos de distintos colores y tamaños cargados quién sabe con qué cosas. Empezó a desenroscar la tapa de un frasco grande de color ámbar oscuro cuando se le ocurrió preguntarle:
- ¿Contra quién juegan el domingo?
- El clásico, justamente, contra San Lorenzo.
La mujer se detuvo un instante, lentamente cerró el frasco de color ámbar oscuro y lo volvió a guardar. Miró al Gordo una vez más y enfiló hacia otro ambiente de la casa.
- Partidito complicado -dijo la mujer mientras se alejaba.
- Y si, imagínese. Como viene la cosa, si perdemos, alguna cabeza va a rodar -alcanzó a decir el Gordo. Desde donde estaba sentado no podía verla pero por los ruidos le pareció que la mujer se había metido en la cocina. Al rato volvió junto a la mesa con otros frascos y una mandarina. Dentro de una bolsita transparente volcó un poco de lo que había en uno de los frascos, parecía orégano.
- El orégano le dará elasticidad a tus músculos -dijo la mujer con tono firme.
A la mandarina le quitó un poco de cáscara y esa cáscara la partió en diez pequeños trozos.
- La mandarina aumentará la firmeza de tus manos. Una porción para cada dedo -dijo la mujer mientras colocaba de a uno los trozos de cáscara de mandarina en la bolsita transparente.
Del segundo frasco sacó un sobre de un Alka-Seltzer, lo abrió y desmenuzó esa enorme pastilla blanca entre sus dedos arrugados. Juntó el polvito que quedó regado sobre el mantel y metió todo dentro de la bolsita.
- Esto te mantendrá atento y concentrado todo el partido.
Del tercer frasco, el más pequeño, extrajo unas perlitas amarillentas. Primero fueron seis las que colocó en la bolsita junto a todo lo otro. Hizo una pausa, murmuró algo que el Gordo no pudo oír y metió cinco o seis perlitas más.
- ¿Y eso qué es? -preguntó el Gordo.
- El secreto de Arturito -le dijo la mujer.
Acercó la bolsa a la boca del Gordo y le ordenó:
- ¡Escupí!
- ¿Qué?
- Escupí, dale. Dentro de la bolsa.
El Gordo escupió con pudor tres insignificantes gotitas de saliva.
- ¡Escupí con ganas, che! -le gritó la mujer y el Gordo escupió. La mujer cerró la bolsita y la agitó para un lado y para el otro mientras movía la cabeza en círculos, con los ojos cerrados y murmurando cosas. La mujer giró medio cuerpo o más, aun así el Gordo pudo ver cómo se metió la bolsita por el escote y la frotó contra su cuerpo.
- A todo hay que ponerle el corazón, pibe -dijo la mujer.
El Gordo se preguntó por centésima vez qué hacía en ese lugar.
- No la abras -le ordenó la mujer cuando le entregó la bolsita transparente cargada de cosas-. Se la das a tu señora y le decís que te prepare un té con todo esto, no le digas qué es ni para qué. Que ella te prepare un lindo té y te lo guarde en un termo. El domingo en la concentración, cuando te levantás y en ayunas (escuchaste bien: en ayunas) lo calentás y te tomás este rico tecito hasta la última gota. ¿Estamos?
- Estamos -dijo el Gordo seguro de que no tenía otra opción.
La mujer se levantó de la mesa y alzó una mano como si acabara de recordar algo importantísimo.
- ¿Vos te persignás cuando entrás a la cancha? -le preguntó al Gordo.
- Si, claro.
- Bueno, esta vez no lo hagas. Si querés, persignate cuando termine el partido pero antes, no. Haceme caso, pibe, te juro que con esto vas a ser otro.
Llegaron hasta la puerta de madera, la mujer la abrió y el Gordo le preguntó:
- ¿Cuánto le debo?
- No querido, yo no hago esto por dinero...
- Y entonces...
- Bueno, si insistís dame quinientos pesos y listo.
El Gordo sacó la plata y se la entregó a la mujer que apenas recibió el dinero le dio una palmadita en la espalda como para que apure un poco el paso y le cerró la puerta casi golpeándole los talones.
- ¡Tomalo en ayunas! -gritó la mujer desde el interior de su casa-. ¡No te olvides!
El Gordo tuvo ganas de salir corriendo pero le dio no sé qué. Eso si, apuro el paso como quien tiene la urgencia de encontrar un baño. Cuando llegó junto al BM miró la bolsita que aferraba entre sus dedos y la guardó en el bolsillo interior de su campera.

Eran las cinco de la tarde del domingo.
- ¡Dale que ahí salen! -gritó el hombre sentado frente al televisor.
La mujer llegó con apuro, en una bandeja traía la cosas del mate.
- Fijate si lo enfocan y decime si se persigna o no -le dijo mientras cebaba el primero.
La cámara esperaba en el extremo de la manga la salida del equipo. De a uno fueron apareciendo los jugadores mientras estallaba una lluvia de papelitos. El arquero fue el cuarto en salir.
- ¡Ahí está...! Es ese, miralo... ¡No se persignó!
- ¡Ja! ¿Viste que te dije?
- Tenías razón, che.
- Yo sabía que me iba a hacer caso en todo -dijo la mujer mientras le alcanzaba un mate al hombre.
- ¿Cuánto creés que dura?
- Quince minutos, veinte como máximo. Pobre, mirá la cara que tiene...
- ¿Ahora te da lástima?
- Y, un poco sí.
- ¡Andá! Si le metiste todo el frasco de laxante...
- ¡Pará, Arturo! ¿Qué decís? A lo sumo medio frasco.
- Entonces me corrijo: todo lo que quedaba de mi frasco de laxante.
- Mañana te compro uno nuevo, sólo para vos.
- Ahora, explicámelo: ¿cómo hizo para no ver el escudo que tenemos en el comedor, ni el poster de los campeones del 2007, ni la foto con el Bambino dando la vuelta en Rosario?
- El que no quiere, no ve.
Arturo le dio una última chupada a su mate y le pidió a la mujer:
- Dale, haceme la cara que puso cuando te pasaste la bolsita por las tetas.
La mujer miró a Arturo, abrió los ojos bien redondos y los revoleó de un lado al otro, después se puso bizca.
Arturo no podía más de la risa.
- ¡Me muero! -gritó.
- Todavía no sé cómo no me tenté con lo del orégano, la mandarina y el Alka-Seltzer.
- ¿Y Bermúdez? -preguntó Arturo.
- ¿Qué sé yo? Mañana me llamará puteando -le respondió la mujer-. ¿Me pasás una medialuna?
- Veinte mangos a que antes de los quince sale rajando para el vestuario.
- Dale -dijo la mujer y chocaron las manos en el aire.
- Bueno, atenti que ya empieza.
- ¡Vamos los cuervos! -le gritó la mujer al televisor mientras le clavaba sus pocos dientes a una medialuna y agitaba una bandera de San Lorenzo.


Pablo Pedroso
Buenos Aires, 14 de marzo de 2010

2 comentarios:

Marcelo dijo...

Hola querido amigo!. Como estás?
Estuve visitando tu blog y me pareció muy interasante. Destaco el contenido y lo apasionante de cada publicación.
Me gustaría que aceptaras intercambiar nuestros links y que te afilies a mi lista de seguidores.
Si estás de acuerdo, dejame un comentario en mi blog: www.efemeridesdeportivas.blogspot.com

Abrazo grande!!

20 de mayo de 2010, 9:20 p.m.
Marcelo dijo...

Listo, querido amigo.
Ya estás enlazado en mi blog. También me he afiliado a tu lista de seguidores.
Resta ahora que tu hagas lo mismo y que me avises al momento de ejecutarlo.
Felicitaciones por tu web. Estoy a tu disposición.
Saludos. MARCELO
www.efemeridesdeportivas.blogspot.com

26 de mayo de 2010, 6:42 p.m.