28 mayo 2009

15. Pan y queso

Pan... Queso... Pan...
El Gordo Mario me ganó el “pan y queso”. Siempre me gana.
En realidad se llama Ezequiel. Pasamos de decirle “Gordo Ezequiel” a “Gordo Mario” porque es igualito a Mario Bross pero sin bigotes.
Le tocaba elegir.
- Mmm...
Se hacía el que dudaba, como si no supiéramos que iba a elegir a Martincho.
- Martincho -dijo al fin y al cabo.
¡Qué te dije! Era una fija. Martincho juega mejor que todos, mejor que nadie.
- ¡Lucas! - me apresuré a decir fingiendo, yo también, un gran entusiasmo; como si me llevara la figurita difícil, como si le arrebatara un tesoro al Gordo Mario. Lucas corrió y se puso detrás de mí, contento. Él no es tan bueno como Martincho, su hermano, pero la mueve, y yo hacía todo lo que posible para que creyera que para mí él era un crack.
El Gordo se siguió llevando lo mejor y cuando sólo quedaban dos por elegir, volvió a interpretar mal el papel de dudoso:
- Mmm... -exageraba. Miraba a su equipo, me miraba a mí-. Mmm... -se hacía el que pensaba, se hacía rogar.
- Dale, Gordo -le dije cansado de su juego. El Gordo Mario cerró los ojos y, ceremonioso, se los tapó con la mano izquierda, extendió su mano derecha, apuntó con su dedo índice en dirección a los dos que quedaban y empezó a hacer un ridículo ta-te-tí. El dedo del Gordo apuntaba a uno y a otro. Cuando dijo el último “tí” abrió un ojo para cerciorarse de que apuntaba a quien todos sabíamos que iba a elegir desde un primer momento y eligió a Fran. Era obvio.
Fran salió corriendo a abrazarse con los suyos ridículamente contento de no ser el último elegido. El Gordo Mario me miró con una sonrisa que apenas le entraba en toda esa carota redonda que tiene.
¿Quién quedaba? Su prima, Leticia, una flaca, alta con sólo tres pecas y cara de chiflada que sus tíos le encajaron en la casa por esa semana.
¿Quién quiere tener a una chica en su equipo? ¿Nadie? Bueno, a mí me tocó.
Sin prisa vino hacia donde estábamos nosotros, a todos nos llevaba una cabeza.
- Vas al arco -le dije. Ella ni si ni no, fue. El Gordo Mario me miraba y se seguía riendo. ¡Gordo tramposo! Yo me sentía furioso, indignado; él, en cambio, ya se sentía ganador.
- Che, Gordo, ¿por qué no juega en tu equipo? ¡Es tu prima, loco! ¡Vos la trajiste! -le reclamé sin importarme un pito que ella me escuchara.
- ¿Qué tiene que ver? -me dijo-. Vos la elegiste...
- ¡Andá a freír churros, Gordo!
Y empezó el partido. El primer ataque de ellos terminó en gol. La verdad, no fue culpa de Leticia, la pelota rebotó en Lucas, Rodrigo la quiso despejar pero la metió adentro. Igual todos (hasta Rodrigo) la miramos a Leticia con cara de orto.
- ¡A ver si me toman las marcas y empiezan jugar un poco! -nos gritó ella ante el asombro de propios y contrarios.
Sacamos del medio. Entre Lucas y yo perdimos la pelota, el Gordo Mario le metió un pase profundo a Martincho que encaró hacia el arco. Leticia lo esperaba agazapada; nosotros dejamos de correr y nos dedicamos a observar el gol que iba a meter Martincho. Eso creímos. Martincho quiso hacer una de más, enfrentó a Leticia, amagó a pasarla por derecha y se mandó por izquierda. La flaca de tres pecas tiró un poco su cuerpo hacia la derecha de Martincho pero dio un salto hacia el otro lado y le sacó la pelota limpita con la punta de su zapatilla. No me había fijado: Leticia usaba unas zapatillas rosa, de lona y media caña.
¿Quién pude jugar bien a la pelota con esas zapatillas? Nadie.
“¡Eeesa! ¡Bueeeno! ¡Mucho!”, fue lo que los míos gritaron mientras Martincho seguía de largo sin comprender cómo le desapareció la pelota. Leticia la levantó con una mano, miró buscando pase y me encontró. Lanzó la pelota con fuerza. Los otros tardaron en reaccionar. La pelota picó y me quedó para que de cabeza, clave el empate. ¡¡¡Gol!!! Gritamos y nos abrazamos con Lucas y Rodrigo. El Gordo Mario le rezongaba a todos sus jugadores mientras nosotros trotábamos hasta mitad de cancha. Me agaché para subirme las medias y pispié hacia nuestro arco, Leticia me miraba con una mueca que tal vez era una sonrisa. Me paré de un salto y seguí jugando.
Los minutos pasaban y el partido no salía del 1 a 1. Leticia sacaba todas las pelotas que le pateaban o cabeceaban mientras nosotros no metíamos una. ¡La de pelotazos que atajó esa piba! Era imposible que le hicieran un gol. Su primo estaba que explotaba de la bronca. ¡Ni una entraba! Y Martincho, el héroe de todos los partidos del pasado, el crack, el Maradona del barrio no entendía cómo ni por qué pasaba lo que pasaba. El Gordo Mario se la agarraba con Fran, con Martincho, con todo su equipo. No daba más de tanto correr y tanto quejarse.
- ¡Gol gana! -nos advirtió y amenazó con la autoridad que le daba ser el dueño de la pelota.
Se nos vinieron con todo. Martincho y el Gordo peleaban para ver quién le pegaba al arco desesperados por clavarle un gol a Leticia. No pudo ser. Pateó Martincho, mitad tierra, mitad pelota y le salió un globito inofensivo, fofo. La flaca con tres pecas, alta, cara de chiflada y zapatillas rosa descolgó la pelota, amagó a lanzarla larga y salió jugando por la banda derecha. El Gordo Mario, su propio primo, en cuanto la vio con la pelota se lanzó como una flecha, como una locomotora con ganas de partirla en cuatro, de pasarla por arriba, de que volara por los aires y desapareciera de una vez por todas. Leticia llevaba la pelota pegada al pie y la cabeza en alto, a Fran lo pasó con un simple amague pero desde atrás se le venía el Gordo, en diagonal y a toda máquina. De refilón lo debe haber visto porque si no, imposible. El Gordo la midió y se le arrojó con un planchazo furioso, criminal. Leticia, en el momento justo, punteó la pelota y dio un salto para que su primo derrape y pase arrastrando tierra sin siquiera rozarle las zapatillas. ¡El polvo que se habrá comido el pobre Gordo! Leticia no lo miró pero a mí, sí. Me cruzó la pelota con un pase largo, preciso, exquisito. A Matías lo dejé atrás como si nada. Cuando me salió Martincho se la toqué a Lucas que venía por el medio y que por suerte me devolvió la pared. Iba a ser un lindo gol. ¡Un golazo! El que atajaba era Santi, lo encaré y me salió.
¡Era en comba y por adentro! ¡Golazo para ganar el partido era!
Hamaqué el cuerpo hacia la izquierda, Santi cerró los ojos deseando no escuchar mi desaforado festejo y preparé la punta de mi pie para sentenciar el triunfo. No pude. Por el otro lado venía Leticia. Levanté la vista y la vi, claro, como para no verla con sus tres pecas, las zapatillas rosa y esa carita de chiflada. Le di el pase. No tuve opción.
Leticia le calzó un derechazo como venía y fue gol, golazo. Lo grité, lo gritamos, nos abrazamos. ¡Ganamos!
En ese momento me di cuenta de que la vida es mucho más hermosa en cámara lenta.
Fue ahí, en el medio de la canchita, en medio de todos, cuando Leticia (que me llevaba una cabeza) me rompió la boca de un beso, de un tremendo y tremendísimo beso. Un largo, dulce, hermoso, inesperado beso mágico.
¿Mi primer beso? No. El mejor.
Los otros se reían. El Gordo Mario, todavía lleno de tierra, aprovechó que nadie hablaba de su derrota y se prendió en la cargada general. Leticia me soltó (contra mi voluntad) y se fue sin darse vuelta rumbo a la casa de sus tíos. Hice fuerza para no mirarla, para no correr tras ella. Los pibes me siguieron cargando por un rato más y yo buscaba a Lucas, a Rodrigo, a quien sea con tal de abrazarme. Lo necesitaba.
A la noche, en la cama, pensaba en el partido, feliz. ¡Le ganamos al Gordo Mario! ¡Y a Martincho! Y eso que para nosotros jugó una chica... Son unos pecho frío... Por supuesto que me dormí repasando la jugada, recordando el gol, pero soñar, soñé con una chica de tres pecas, alta y flaca, con zapatillas rosa y una hermosa cara de chiflada.

Pablo Pedroso.
Buenos Aires, 14 de mayo del 2009

1 comentarios:

A.aSinEstadoF.c dijo...

En calidad de presidente y vice del glorioso Sin Estado fc. nos redimimos a la comunicacion de comunicarles nuestro mas sincereo apremio.

Atte. la comision

15 de junio de 2009, 6:46 a.m.