24 noviembre 2005

12. Igualito a Beckham

El guacho era igualito a Beckham. No digo como jugador, para nada. Un queso con la pelota. Era igualito de jeta, de facha, nada más.
¿Cómo fue que cayeron de gira estos nabos a nuestro club? La verdad que nunca me enteré bien si los invitamos nosotros o se ofrecieron ellos. Supongo que fue idea del Ronco Mansilla, el más entusiasmado con el asunto. Ahora digo, ¿cómo no se le ocurrió organizar algo con un equipo brasilero, mexicano, o colombiano? Gente que juega al fútbol al menos. Si quería hacerse el raro o el moderno hubiera buscado un equipo holandés, pero no estos yankies rubiecitos que no saben lo que es una rabona ni nada que valga la pena.
Se armó flor de revuelo con la llegada de estos pibes. Unos días antes pintaron el club (las partes más visibles, claro); arreglaron de una vez por todas la caldera del vestuario visitante y hasta organizaron un comité de bienvenida que los fue a recibir a Ezeiza: diez giles que seleccionó el propio Ronco entre los pocos que sabían tres o cuatro palabritas en inglés. Digo giles porque el Ronco los hacía quedar después de entrenamiento como una hora practicando el idioma con la vieja de Braian que casi fue maestra de inglés.
Cuando llegaron los yankies no hablaban ni una gota de español. Bueno, sí, una palabra: “Gracias”. Era lo único que sabían. Después cuando se fueron ya habían aprendido unas cuantas y entre esas aprendieron, las infaltables, las básicas: “boludo”, “pelotudo”, “concha tu hermana”; que lo decían así, todo junto: “conchatuhermana”, como si fuera una sola palabra. Los guasos les enseñaron lo peor y se cagaban de la risa de la forma en que hablaban. Ellos eran treinta, más o menos, trajeron gente para jugar contra la quinta y contra nosotros, la cuarta. Eran de Boston, Masa no sé cuanto y seguro que todos estaban cagados en guita. Ojo que no eran ningunos boludos, al contrario, algunos eran muy rápidos. Y el más rápido era el que le decíamos “Beckham”. El chabón, feliz con el apodo.
Hubo bastante gente para ver los dos primeros partidos. Arrancó la quinta ganando 2 a 0, tranquilos, y la rematamos nosotros con un 3 a 2 mentiroso. Mentiroso porque tenía que haber sido 5 a 0 mínimo pero el réferi alcahuete que nos pusieron nos anulo un par de jugadas de esas que son gol aunque te salgan más o menos y de yapa le regaló dos penales a los yankies que no existieron. En el primero cobró agarrón de Juancito Greco que sólo vio él, y en el otro me cobró falta a mí sobre Beckham cuando juro que nunca saqué tan limpia una pelota. Para colmo lo pateó el puto ese de Beckham y lo gritó como si fuera el gol de la final del mundo.
Eso fue el viernes, el sábado hubo actividades de entrenamiento compartido, muy livianito, por la noche un baile en el club y el domingo la revancha. Y así fue, justamente, la revancha. Porque lo busqué todo el partido y el marica se me escapaba. El área nuestra no la pisaba ni de milagro y cuando yo subía a cabecear algún corner, él se paraba de contra o esperando el rebote. Alguna iba a tener, pensaba tratando de mantener la calma, y ahí vino. Cuando el réferi marcó la falta, a unos 6 metros del área grande, salí disparado, decidido a patear el tiro libre. Pobre Rusito no entendía nada cuando le manoteé la pelota. Se quedó medio mudo, lo aparté con el brazo y no le quedó otra chance que salirse, que dejarme el tiro libre. Acomodé la pelota, retrocedí unos cuatro pasos, los suficientes. Recién ahí levanté la mirada. Todos hubieran mirado el arco, yo no, yo quería asegurarme que Beckham todavía formaba parte de la barrera, que estaba ahí. Lo miré. Ya no tenía la sonrisa de ayer a la noche en el baile cuando todas las minitas revoloteaban a su alrededor, cuando todas le decían lo lindo que era, cuando lo encontré apretándose a Yamila, el ángel más lindo del club, tratando de meterle manos por aquí y por allá. Ahora con esas manos se protegía las bolas, se equivocó. El puntinazo me salió fuerte, muy fuerte, como esos balinazos del Peteco Carbonari: fulminante. Todo el tiempo tuve mis ojos puestos sobre el rostro de Beckham, sobre esa linda carita. Pude ver cómo se transformaba mientras se daba cuenta de la dirección y el destino de la pelota. Pude ver su pánico en el instante antes de recibir de lleno el pelotazo en medio de la jeta. Un pelotazo seco, duro, inolvidable. ¿Igualito a Beckham dije? Ya no.

Pablo Pedroso.
Buenos Aires, 5 de agosto del 2005

15 comentarios:

Guido dijo...

Muy bueno el cuento, como te comento en el mail es algo totalmente diferente a las lecturas diarias de blogs, donde analizamos el fútbol de cada día.
A la brevedad te agregaré a mis enlaces, un abrazo

18 de mayo de 2006, 3:19 p.m.
Leonardo dijo...

Muy buenos los textos y en sí la iniciativa del blog.
Felicitaciones y saludos.

20 de mayo de 2006, 3:18 p.m.
Anónimo dijo...

No me gusto para nada el cuento.Le falto ese sentimiento que transmite el futbol..EL FUTBOL ES JUGAR BIEN Y GANAR.No romperle la jeta a un rival.
Un Abrazo

29 de mayo de 2006, 12:58 p.m.
Anónimo dijo...

Me ha gusta leer el blog . Muy bueno.

Quizas guste el mio, es en inglés:

http://spanishfootballsports.blogspot.com

Gran trabajo

Paz!

31 de mayo de 2006, 7:10 a.m.
Anónimo dijo...

Muy bueno, pero si mal no recuerdo Horacio Carbonari era "Petaco" y no "Peteco". Saludos, TopClassier

31 de mayo de 2006, 9:57 a.m.
El Cronista Deportivo dijo...

Tenés razón, era "Petaco". Gracias por avisarme y también por leer el cuento.

31 de mayo de 2006, 10:28 a.m.
Dinius dijo...

No está nada mal. Saludos

5 de junio de 2006, 6:49 p.m.
Fran Llorens dijo...

Muy bueno, felicitaciones.

6 de junio de 2006, 2:57 a.m.
Teófilo Huerta Moreno dijo...

EL GOL DE LA REVANCHA
Teófilo Huerta

Cuento participante en el Concurso
Futbol y Literatura del Instituto Goethe (2006)

A la memoria de don Felipe Sánchez
papá del guardameta Oswaldo Sánchez
y con dedicatoria cariñosa para él


Tocó el balón con cariño pero a la vez con rigor, para evitar su desobediencia; bien educado le sabía responder. Así, logró dar el pase preciso a la entrada de su compañero que hizo lo mismo para centrar a media altura justo a la llegada del tercero que conectó un remate al ángulo de la portería, donde se anidó el esférico.

Una y otra vez, en la tierra o en el lodo, en algún maltratado césped, pero más en el mismo cemento, se había batido con enjundia en pos de dominar la pelota, de conducirla, pasearla y golpearla con furia en el momento de dejarla libre, siempre en busca de la meta contraria. No obstante también había sido golpeado por muchas pelotas más, como producto del cañonazo contrario.

Y así entre tareas y recreos, en días de descanso o en ratos libres o robados a las responsabilidades, se había confabulado con otros púberes para jugar hasta la saciedad y quedar algunas veces altamente gratificado por un resultado positivo o malhumorado por la derrota, pero ansioso de encontrar la revancha.

Los años le brindaron alegrías, tantas como las que su cuerpo pudo aguantar más allá de los cincuenta. No obstante, a la par de su emoción que incluso proyectó al apoyar al equipo elegido en los estadios o por el aparato televisor, siempre conservó una especial amargura: no haber sido un futbolista profesional.

Sin cegarse tampoco, guardó siempre la mesura y continuó identificándose en los jugadores famosos y se deleitó con jugadas, repeticiones, crónicas, eliminatorias y todo lo que oliera y supiera a ese deporte no sólo físico sino existencial, como si cada balón encerrara secretos, anhelos, sorpresas.

Al llegar al mundo su vástago varón, sin duda se soñó jugando fútbol con él y sin obsesión pero sí con ilusión, lo pensó quizá como esa revancha anhelada. Sin presiones, alentó con denuedo en su hijo su misma pasión. Poco a poco llevó al chico del asombro a la curiosidad y luego al interés y de ahí al gusto hasta lograr materialmente la adicción.

Fue así como el muchacho se alimentó de fútbol y creció con él. Sin descuidar sus estudios el chamaco pronto se enroló en un equipo que terminó por formarlo en el mágico deporte.

La chiquillada que comenzó a rodear el prospecto de futbolista profesional lo bautizó como Pópolo, apodo que posteriormente lo identificó a plenitud con sus seguidores.

Pópolo continuó exitosamente con sus estudios como biólogo marino y los combinó diestramente con sus prácticas futbolísticas. Orgullo de sus padres, despuntó como delantero a nivel club y de selección. Sus goles eran festejados con intensidad y júbilo.

El hombre ya viejo tuvo la satisfacción de sentirse prolongado en su hijo, de sentirse correr sobre el acolchonado césped que él siempre soñó desde el pavimento, de pelear y buscar afanosamente el balón como si fuera un miembro suyo, de burlar al enemigo en un acto prodigioso de audacia y pericia y de rematar contundente hacia las redes para levantar al unísono un alarido de la multitud.

Su gusto fue mayúsculo cuando convocado a formar el equipo que representaría a su país en la Copa del Mundo, su hijo cruzó el mar con la mente puesta en las porterías rivales. El padre acompañado de su esposa e hija, no pudo dejar de asistir a los juegos donde debía dejar el alma por apoyar a su selección y a su hijo.

La fiesta deportiva no le pudo deparar más felicidad al hombre futbolero, por primera vez en la historia, su país transformado en camisetas y calzoncillos estaba en una final y su hijo con el relumbrante número 9 había contribuido a semejante hazaña, que no estaba completa porque el “ya merito” amenazaba con sólo acariciar las mieles del triunfo.

El partido final había llegado. El estadio estaba repleto y entre extranjeros y partidarios rivales, un grupo de seguidores de la causa patria alentaba a los suyos y ahí, entre ellos, el hombre sesentón, con los ojos puestos en la cancha.

El juego fue disputado palmo a palmo y el padre recordó las batallas épicas de su nación y sintió cómo le hervía la sangre. Sin goles en la pizarra, avanzó la parte complementaria y en ella se dibujó la histórica jugada. Desde la banda derecha un compatriota burló al enemigo, avanzó con seguridad y con toque suave y preciso sirvió el balón hasta el área grande a la que como un ave enjundiosa llegó preciso Pópolo para golpear con su cabeza el esférico ordenándole anidarse en el ángulo de la portería adonde la mano izquierda del guardameta sólo saludó.

El grito fue general, pero en la tribuna el padre que no parpadeó durante la jugada, se alzó con un gesto descompuesto por la pasión y el éxtasis total. Su corazón retumbó aceleradamente dentro de su cabeza y el gol iluminó su mente.

El hijo había sido copado por los compañeros, pero en cuanto pudo se acercó a las gradas para dedicarle el gol a su viejo. Distinguió un movimiento confuso en el palco y sólo alcanzó a pedir a su banca le informaran de alguna anormalidad. La hermana se encargó de comunicar que no pasaba nada grave, quería que su hermano culminara el encuentro, a pesar de que el cuerpo inerte de su padre ya era objeto de las diligencias correspondientes.

El silbatazo final llegó. El uno-cero fue suficiente para adjudicarse el campeonato. En la ceremonia, Pópolo tomó la copa con delicadeza y amor, la besó sublimemente y la alzó hacia el cielo, porque sentía, sabía, que su padre estaba ya en un palco mucho más alto.

(Cuento registrado)

9 de junio de 2006, 2:18 p.m.
El Cronista Deportivo dijo...

Gracias Teófilo por pasar por este blog y permitirnos leer tu cuento. Muy bueno.

9 de junio de 2006, 4:58 p.m.
Dinius dijo...

Por cierto, ya te he puesto entre mis links, salu2

15 de junio de 2006, 10:26 p.m.
pablo dijo...

dan ganas de jugar

o como se dice

me pican las patas

buena

19 de junio de 2006, 11:41 a.m.
Anónimo dijo...

muy bueno el cuento,
me paso leyendo todos, son barbaros.
pasate por el blog
www.metegolentra.blogspot.com
saludos!

29 de julio de 2006, 12:04 a.m.
Anónimo dijo...

me pueden decir en donde carajo encuentro la biografia de pablo pedroso pasen link!!!!!

22 de junio de 2014, 9:22 p.m.
Puercoespín dijo...

Hola Anónimo, gracias por pasar por acá y por comentar. No estamos seguros de que Pablo Pedroso tenga una biografía como la gente y digna para andar publicándola por ahí.
Si te sirve, contacte con él directamente a:

pedrosopablo@yahoo.com.ar

Saludos

22 de junio de 2014, 9:46 p.m.